viernes, 28 de abril de 2017

Siete meses como un huracán

Todo comienzo tiene un fin. El tiempo pasa tan deprisa, que de repente te encuentras tumbada en la que ha sido tu cama durante 7 meses para dormir por última vez mientras escuchas una de las canciones que prácticamente se ha convertido en la banda sonora de esta estancia.

Y es que, cuando llegué al norte de Francia, creía empezar de cero. Lo sentía como una nueva página en blanco donde poder ir escribiendo un antes y un después. De alguna manera, tenía la necesidad de volver a vivir fuera de España. Decidida, empaqueté un año de mi vida y aquí llegué, a un pueblo de 20 mil habitantes del que jamás había oído hablar.

Hoy, es mi última noche en Normandía. Llevo toda la semana echando la vista atrás y haciendo balance con casi cada una de las personas que he tenido que ir despidiendo día tras día. Un amigo me decía que para él, esto ha sido una "cortina negra con manchas blancas", mientras que a mí me gusta más verla como una de colores con manchitas grises. 

Y es que, no todo ha sido un camino de rosas. He tenido mis rachas. Empecé bien, seguí regular y al final acabo con un buen sabor de boca. Claro que a veces he tenido ganas de irme. Pero es que el invierno es duro, y cuando la lluvia se pone de acuerdo con el viento, hace que tu día se tiña un poco más grisáceo. Pero, al fin y al cabo, ¿en qué lugar es fácil llevar los fríos días de invierno cuando no tienes a quien te arrope?

También me he sentido sola, no voy a mentir. Muchas veces. Echaba de menos el tener siempre mil planes, el salir a la calle y ver a gente a todas horas, ese sol que no siempre se dejaba ver, el "ser" con la gente y no simplemente "estar". No sé si me explico. He podido sentir el carácter seco de algunos franceses, lo poco acogedores que pueden llegar a ser en algunas situaciones.

PERO, sería muy injusto que después de todo, únicamente hiciera hincapié en esas "manchitas grises". Yo, que siempre he sido tanto de colores vivos

He viajado. He viajado mucho, no he parado de moverme. Al fin y al cabo, es una de las cosas que más me gusta. Las vacaciones escolares francesas son tan largas, que te permiten visitar si quieres cuatro países en el mismo mes. He tenido mucho tiempo libre, pues tener 12 horas de clase a la semana hace que, como yo, te dé por hacer deporte lunes, martes y jueves, yo que nunca he sido muy deportista. Pero mataba esas horas muertas que el invierno me regalaba. Y oye, he acabado aficionada a la zumba. 

He seguido mejorando mi francés. Resulta gracioso recordar cómo hace unos años me daba miedo hablarlo y ahora me siento tan cómoda que lo pondría al mismo nivel que el inglés en cuanto a "gusto por un idioma" se refiere. Yo, quien lleva toda la vida viviendo por y para ese inglés. Ay, quién me iba a decir a mí que al final acabaría así.

Y es que, además, me he sentido segura dando las clases. Muchísimo. Me gustaba transmitirles mi español (aunque tuviera que forzarme a pronunciar todas las "eses" finales), me hacía gracia las ocurrencias que tenían los más pequeños. Haber dado clase a alumnos desde los 12 a 18 años me ha ayudado a comparar, a aprender, a observar. Ahora sé cómo funciona el sistema educativo francés y eso es algo que no se conoce si no lo vives de primera mano. 

Si bien es cierto que no he conocido a tanta gente como me hubiera gustado por el poco movimiento de este pueblo, también es verdad que siempre me las he apañado para tener un plan (es lo que tiene no aguantar más de un día en casa). Me quedo con los que sí. He podido experimentar, de primera mano, la cultura francesa, He descubierto. Y al final, entre franceses, chinos, españoles, mexicanos, ingleses y americanos, he aprendido un poco más del mundo. 

Claro que me lo he pasado bien. Claro que he seguido cultivándome. De todos modos, cuando el tiempo pasa tan rápido en experiencias como esta, es porque algo has hecho bien. 
Y yo, la verdad, es que nunca he sido de desperdiciar oportunidades.


Au revoir, Saint-Lô !



miércoles, 1 de febrero de 2017

¿Viajar durmiendo en sofás ajenos?

Hi guys!
Esta vez quiero compartir mi primera experiencia como couchsurfer. Suena raro, ¿eh?
Vamos a ponernos en situación...
Couchsurfing es una página que básicamente ayuda a ahorrar a los que nos gusta viajar. ¿Cómo? Ofreciendo alojamiento gratis. (De verdad de la buena). O sea, son personas que de manera voluntaria ofrecen su casa para hospedar viajeros durante unos días, durmiendo normalmente en el sofá (de ahí lo de couchsurfing, couch=sofá, según mi querido amigo WordReference). 
(Nunca uséis "Google Translate", es veneno (superconsejito del día).

Pues bien, primero, para ello, tienes que tener un poquito de tiempo libre y empezar creándote un perfil "interesante" con alguna que otra foto "divertida" donde expliques (en inglés mejor) tus aficiones, cómo eres, a qué te dedicas, blablabla...
Y...¿para qué? Pues para que las personas que buenamente te quieran acoger en sus casas vean que no eres una especie de asesino o loco andante. Eso sí, lo normal es no hospedar a más de dos personas y más o menos un máximo de tres noches, claro que depende de cada uno (una cosa es un favorcillo y otra es el gorroneo, claro). Tú puedes elegir en tu perfil si quieres también acoger a gente o no (no estás obligado). 

Bueno, tras haber enviado unos cuantos mensajes a diferentes perfiles, una chica nos aceptó a mi amiga y a mí (¡bieeeeen!) en su casa que compartía con otras cuatro más. Me pareció una idea divertida. A ver, siendo realistas, vas un poco a la aventura, ya que te dispones a alojarte en casa de alguien que ni conoces (y ellos peor aún, que meten en su casa a Dios-sabe-quién). But well...

¡Oye, que aún no he dicho el destino! Bruselas tocó esta vez.Y yo la mar de contenta de volver a pisar mi país Erasmus por unos días. 
Llegamos el viernes por la mañana y nos avisaron de que ninguna de las chicas estaría en casa hasta las 5 de la tarde, así que dejamos las maletas en las taquillas de la estación y nos fuimos a visitar la capital belga. Hacía años que no la pisaba, ¡qué recuerdos! Ya por la tarde-noche, llegamos a su casa y nos encontramos con una chica de lo más simpática. La casa genial, el salón hiper grande, cuarto de baño propio dentro de su habitación...vaya, pintaba bien la cosa. Anouk (así se llama la susodicha), incluso nos ofreció cena (lo cual no es normal porque tampoco es un hotel, demasiado que te dejan dormir allí ya), pero como la Milagroh (mi amiga) y yo (Inma) somos gente decente (jé), no lo aceptamos, compramos nuestra propia comida para no molestar mucho. 

Llegó la noche y con ella sus amigos. Como unos diez belgas allí en el salón de soirée con nosotras incluidas. ¡No estuvo nada mal la mini fiesta! El "problemita" es que Mila y yo estábamos reventadas a cierta hora (situación: nos habíamos levantado a las cinco de la mañana, habíamos pasado cuatro horas en un bus donde no cabía un alfiler y habíamos pasado todo el día haciendo turismo). Pero como estás en casa ajena, a ver de qué manera dices sin sonar "aguafiestas" que te quieres ir a dormir...al final los astros se alinearon y nuestra amable Anouk nos dijo: "Si queréis podéis dormir en mi cama, que yo voy a salir y llegaré tarde". (Icono de whatsapp de ojos de corazón por mil pa' ti). 
¡Maxi cama para las Milinma con mega bañera incluida! (Mila y yo, básicamente. Es que nos llamamos así entre nosotras. Jé). Triunfaso.

Todo iba muy bien hasta que volvieron de fiesta y unos amigos que no sabían que estábamos en su cama, empezaron a gritar en francés diciendo cosas "muy agradables" y encendiéndonos la luz (oh, gracias, lo que yo quería). Hasta que alguien le dijo que era Anouk quien nos lo había ofrecido. Hombre, amigo, ¿te imaginas que nos vamos a dormir a su cama así por la cara sin que ella nos hubiera dado permiso?

Al día siguiente, quisimos salir para ir a Brujas y Gante y estaba la llave echada (vamos, que no podíamos salir). Tuvimos que despertar a la chica (con su resaca incluida) para que nos abriera. Pero de buen rollo, eh. Todo bien. 
Cuando volvimos de pasar el día, notamos a Anouk un poco rara, como que el día anterior estaba más simpática, vaya. Bueno, sin más. Lo verdaderamente raro vino cuando queríamos dormir. Esa noche sí que dormimos en el salón; ella nos preparó un colchón inflable bastante grande y cómodo, la verdad. Resultó que ella y su compañera estaban viendo una película en el salón y no se iban. Nosotras no sabíamos qué hacer; teníamos un poco la sensación de que si nos quedábamos las estábamos presionando para que se fueran...así que nos movimos a la cocina, las dos como tontas muertas de frío esperando a que tuvieran piedad y se fueran para poder dormir nosotras tranquilas.

Un rato tuvimos que esperar. Al día siguiente, nos fuimos ya tempranillo con las maletas, así que como "nuestra anfitriona" estaba aún dormida, no pudimos despedirnos. Claro está que ella la noche anterior no nos había dicho nada tampoco, entonces fue un poco así, cómo decirlo...bipolar.
Le envié un mensaje para darle las gracias por todo y ni siquiera me contestó (leído eh, que el doble check azul no engaña). Qué raro me pareció. Sin embargo, después en la página de Couchsurfing me dejó un comentario positivo, diciendo que habíamos sido chicas muy simpáticas y respetuosas y que volvería a acogernos. ¡Vaya, querida! Cualquiera se lo esperaba...

Y hasta ahí mi aventura durmiendo en un sofá ajeno. La verdad es que podría haber sido peor, no me quejo. La chica, a pesar de esa pequeña bipolaridad, era muy amable, la casa estaba genial y el viernes por la noche me di un pedazo de baño donde solo me faltaron las burbujitas saliendo de la bañera. Nada mal para no haber tenido que pagar nada, ¡otra experiencia más!

Ahora, las vacaciones de febrero se acercan en Francia y parto para Cracovia-Bratislava y Praga (¡E Inglaterra! Pero ahí me quedo en casa de una amiga). Esta vez como alojamiento me he decantado por la página Airbnb (ya la he utilizado otra veces y ningún problema; aquí sí hay que pagar como ya conoceréis, aunque obviamente nada comparado a un hotel, ya que la gente te "alquila" su casa durante los días de tu viaje). Aunque para el próximo viaje así cortito...¿por qué no volver a probar suerte en casas de desconocidos? 



Milinmas en Brujas (Bélgica)



Gante anocheciendo


¡Quién dijo miedo!

domingo, 8 de enero de 2017

Low battery

El tiempo corre tan deprisa que estoy rozando la obsesión por vivir al máximo cada momento. Y es que vivimos sumisos ante la insatisfacción. Una insatisfacción que nos hace siempre querer más, más y más. No conformarnos con las mismas vistas de cada mañana por miedo a la monotonía, ni siquiera con esa persona que te quiso como si cada día fuera el último. Inconformistas. Más viajes, más bocas nuevas, más planes inesperados, más personas que te hagan vibrar. ¿Acaso la inseguridad que puede provocar el hecho de salir de tu zona de confort pesa más que lo que te puede aportar?

Cómodos. Buscamos la comodidad y nos da miedo ver que estas tardes de domingo grises pueden teñirse de otro color si encontramos personas nuevas que lo hagan posible. Que las compartan contigo. Mi problema siempre fue esperarles. No darme cuenta de que no todos se identifican con la idea de que el tiempo no vuelve, que si no es ahora cuándo, que los días libres son para llenarnos de vida. Que no está de más poder sentir que a veces también son ellos quienes te buscan a ti. Por eso aprendí a pasar tiempo conmigo misma. “Nos gusta sentirnos libres pero no prescindibles”, leí una vez.

Que de qué sirve si tienes que empujarles continuamente, si esas tardes de domingo siguen siendo igual de grises. Conversaciones que aporten, gente que transmita y te permita sumar.
Que si seguimos anclados en lo que ya notas desgastado, al final somos nosotros mismos los que acabamos rotos por dentro. Y no está el mundo como para seguir recogiendo más trocitos de gente que se descompone, sobre todo cuando aún no has logrado recomponerte por ti misma…